Cuando la verdad y la mentira, la realidad y la fantasía son sinónimas (c)

Por: Enrique José Velázquez Marrero

 

Francia es algo laberíntico y podríamos decir que hasta capcioso. Tiene que ver con esa parte del cerebro que almacena toda la información. Esa información que a través de la vida has ido recolectando y encasillando para luego, en algún momento propicio, sacarla y exhibirla. En mi caso, esa parte del cerebro no funciona bien. No sé, pero nunca logro guardarla de manera ordenada. De repente me recuerdo de algo que nunca hice. A veces anhelo hacer algo, por primera vez, sin acordarme que ya lo he echo en varias ocasiones. Y no es que me olvido del echo de haberlas echo. El problema es que me confundo y lo almaceno en el archivo equivocado. Digamos que se mezcla con los archivos de las fantasías. Cuando estas cosas pasan en la mente de una persona, la fantasía y la realidad, la verdad y la mentira se convierten en sinónimas. La única vez que puedo decirte con certeza las cosas es cuando busco en mi diario. Como la historia de aquella taza de café puertorriqueño que tomé en aquel pequeño bistro en Paris:
Resulta que ya hace algunos años tuve la fortuna de visitar ese maravilloso país. Al llegar a París lo primero que hice fue buscar un hotel. Es muy importante lo del hotel, ya que si ando afortunado no me gustaría llevar a una chica a un hotelucho mal oliente. Así que conseguí una suite en un hotel muy céntrico, pero cuyo costo era más o menos módico.
Luego de un buen baño, aromatizarme y ponerme mis mejores indumentarias (un pantalón de mezclilla, una camisa blanca de mangas y mi ya famoso pañuelo en la cabeza) hice llamar un taxi.
Me acuerdo muy bien del chofer, un tal Víctor, español, casado con una francesa y quien no perdió tiempo en ofrecerme los servicios de una joven dama y algo más para elevar mi espíritu. Le pedí que diera vueltas por las diferentes discotecas y clubs hasta que encontráramos algún lugar donde la gente estuviera vestida igual que yo. Esto lo hago ya que, con muy pocas excepciones, en la mayoría de los países el extranjero es tratado de reojo. Pero, si por lo menos me veo igual que todos los demás, paso inadvertido entre la muchedumbre.
Luego de varia vueltas encontramos el lugar perfecto. No me acuerdo como se pronunciaba en francés, pero si me acuerdo que Víctor me dijo que se traducía algo así como "el corazón estrujado".
Había una larga cola en la entrada, la cual burle con mi identificación de periodista de turismo. Les dije que estaba en asignación especial en Francia para encontrar las mejores discos y así poder recomendarlas a los turistas de la América Hispana. Se portaron muy bien con migo, hasta las bebidas iban por la casa.
Interesante lugar ese del corazón estrujado. No sabría decirte si era una discoteca con taberna, o una taberna con discoteca ya que ambas eran desmesuradas y seducientes. La pista de baile tenia varias de esas lamparas de espejos, las cuales reflejaban de forma hechizante el prisma de luces formando una especie de claroscuro multicolor al entretejerse con el humo del hielo seco, los cigarros y el follaje, lo cual al mezclarse con los tragos, que amablemente me obsequiaban en la barra, me causaban una sensación precipitante a cuarta dimensión que no he podido olvidar jamas.
Me dedique a bailar casi toda la noche. Idiotizantes las chicas que además de saber serpentear sus cuerpos sobre el mío, tenían la seductividad bordada en la profundidad de sus miradas. Solo existía un problema. Por más que les trataba de seducir con mis melosos y poéticos rollos, ninguna me admitía que pronunciaran ni una palabra tanto en ingles, como en el idioma de Cantinflas. En esa estuve toda la noche. Cuando me di por vencido, decidí ir a la barra y terminarme el trago que me quedaba. Luego de lo cual me iría al hotel a darme una ducha fría antes de acostarme, para "bajar las tensiones". Total, "mañana será otro día".
Cuando estoy en la barra terminándome ese ultimo trago, cortesía de la casa como todos los demás, escucho una seductiva voz a mi lado que al levantar un trancazo de tequila dice "gracia, plata y tiempo para estrujarnos". Así mismo, en un español no muy convencional, pero lo suficiente como para invitarla a estrujar las sabanas de mi suite. Rápidamente tomé una rosa de servilleta amarilla de uno de los floreros de la barra y se la ofrezco, a la vez que le digo unas palabras, las cuales según pronunciaba me daba cuenta de la mierda tan imbécil que estaba diciendo. No había terminado yo de pronunciar esas asqueantes palabras cuando del otro lado de ella se levanto un personaje que parecía venir de alguna de las películas de Conan el Bárbaro, pesaría cuando poco dos veces más que yo, y no tenia una onza de grasa. Vestía muy gracioso, como lo hacían los personajes de las películas de los años 30, que trataban de personificar al francés común. Camisa de franjas rojas y blancas, pañuelo en el cuello y boina. Pero aun así vestido era muy intimidante. Me comenzaron a temblar las rodillas, luego de algunos minutos, los que le tomaron en ponerse de pie, se me acercó y con unas palabras que no necesitan traducción me quito la rosa de mis temblorosas manos, se volteo hacia ella y con una pequeña frase en francés, le cambio la rosa a la pequeña doncella por un beso. No había nada más que decir. De vuelta al hotel y una ducha fría.
Cuando salgo del lugar me doy cuenta de el joven afortunado que soy después de todo. Estaba una pareja peleando en la acera y el hombre, con un obvio semblante de embriagado, le gritaba y en un momento de estupidez y desprecio le pego. En ese momento fue que yo logre llegar hasta el, y envalentonado por el alcohol y el insignificante tamaño del idiota, lo tome por la camisa con habas manos y, frente a los hasta ahora indiferentes espectadores, lo estrellé contra la pared. Se levantó con dificultad y al darse cuenta que su estado y su tamaño no le ayudaban en nada, se echo a correr. De inmediato me dirigí a la joven que lloraba atribulada, la abracé y comencé a acariciar su bella cabellera parda. En realidad no me había dedo cuenta en que idioma le estaba consolando hasta que la luz del Señor me ilumino y me dejó saber que no tan solo existe, sino que es mujer y me ama. La bella joven, ya un poco calmada me contestó en un muy buen castellano.
Resulta que ella era hija de españoles, nacida en Andorra. Ella estaba en París quedándose con el sujeto ese que yo acababa de intimidar, por lo que no tenia donde quedarse. Lógicamente esto le aumentaba el sentimiento de impotencia que le había creado el altercado con su ahora ex novio. Pero siendo yo de tan buen corazón, le dije que yo tenia un suite de hotel y que no tenia problemas en cederle la cama mientras yo dormiría en el sofá.( "Si, claro")
Tomamos un taxi y durante todo el tiempo que duró el viaje no dejó de llorar. Cuando entramos a la suite todavía estaba llorando. Y vamos, yo también tengo un corazoncito, me conmovió y me fui al sofá a dormir. Claro, después de una larga ducha fría.
En la mañana me despertó, cuando reacciono y mi mente por fin llega y reconozco en de donde estoy y que está sucediendo, me fijo que solo llevaba puesta una de mis camisetas. Para mi no hay nada más retante, provocante que una mujer de su físico diosificado en mi propia camiseta... Cuando más idiota estoy, me pregunta con una voz hechizadora si quiero desayunar. A lo que yo, con mi mano en su rodilla, acepto. Acto seguido se levanta emocionada, como una chiquilla que acaba de convencer a sus padres de ir al circo, y me dice, "pues te llevaré a un lugar que se te va a encantar"... Acepté, pero antes me di otra ducha de agua fría. "Para bajar las tensiones".
Tomamos otro taxi, y mientras nos fuimos acercando a La Torre, me dijo que "como yo le había dicho que era puertorriqueño, me llevaría a un lugar que servían café puertorriqueño". El taxi nos dejo en el parque, ese donde esté la torre. Muy encantador. Toda esa grama, verde, las personas caminando, pintando, tomando fotos, haciendo mimos, besándose...
Según nos acercamos a unos pequeño cafetines a la orilla del parque, con sus mesas al aire libre y con sombrillas para el brillante pero benigno sol, me ataco la nostalgia al sentir entrando a mis entrañas ese inconfundible aroma a café puertorriqueño. Cuando por fin llegamos al lugar, el mesero nos trajo la carta del menú, en la cual pude leer "Yaucono". Para mi en ese momento no existía mejor aroma o sabor en el mundo entero que el que ése Yaucono me provocaba. Y es en este momento que viene la parte más interesante de toda esta historia, la que le da sentido a esas primeras palabras. Y es que a pesar de este recuerdo que todavía llevo pegado en mi olfato, yo nunca he estado en Francia.
Debe ser que en algún momento soñé en eso, o quizás me lo inventé. Supongo que al tener esa anormalidad cerebral de guardar todos mis pensamientos en forma desorganizada me confunde y logro ese efecto de creer lo que no es, y de no creer lo que es.

 

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