Manifiesto del Partido Comunista
Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja
Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el papa y el zar,
Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.
¿Qué partido de oposición no ha sido motejado de comunista por sus adversarios en el
poder? ¿Qué partido de oposición, a su vez, no ha lanzado, tanto a los representantes
de la oposición más avanzados, como a sus enemigos reaccionarios, el epíteto zahiriente
de comunista?
De este hecho resulta una doble enseñanza:
Que el comunismo está ya reconocido como una fuerza por todas las potencias de Europa.
Que ya es hora de que los comunistas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus
fines y sus tendencias; que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un manifiesto
del propio partido.
Con este fin, comunistas de las más diversas nacionalidades se han reunido en Londres y
han redactado el siguiente Manifiesto, que será publicado en inglés, francés, alemán,
italiano, flamenco y danés.
Notas___________________________________________________
1. C. Marx. 'La guerra civil en Francia. Manifiesto del Consejo General de la Asociaci¢n
Internacional de los Trabajadores sobre la guerra civil en Francia en 1871'. Véase C.
Marx y F. Engels. Obras escogidas en dos tomos, ed. en castellano, t. I, p g 504 y
siguientes, Moscú, 1966. (N. del Editor)
El Manifiesto Comunista.
Burgueses y proletarios
La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de
clases.
Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales,
en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha
constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la
transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en
pugna.
En las anteriores épocas históricas encontramos casi por todas partes una completa
diferenciación de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala gradual de
condiciones sociales. En la antigua Roma hallamos patricios, caballeros, plebeyos y
esclavos; en la Edad Media, señores feudales, vasallos, maestros, oficiales y siervos, y,
además, en casi todas estas clases todavía encontramos gradaciones especiales.
La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal, no
ha abolido las contradicciones de clase. énicamente ha sustituido las viejas clases, las
viejas condiciones de opresión, las viejas formas de lucha por otras nuevas.
Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber
simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez
más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan
directamente: la burgues¡a y el proletariado.
De los siervos de la Edad Media surgieron los vecinos libres de las primeras ciudades; de
este estamento urbano salieron los primeros elementos de la burguesía.
El descubrimiento de América y la circunnavegación de Africa ofrecieron a la burguesía
en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de la India y de China, la
colonización de América, el intercambio con las colonias, la multiplicación de los
medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación
y a la industria un impulso hasta entonces desconocido, y aceleraron con ello el
desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición.
La antigua organización feudal o gremial de la industria ya no podía satisfacer la
demanda, que crecía con la apertura de nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la
manufactura. El estamento medio industrial suplantó a los maestros de los gremios; la
división del trabajo entre las diferentes corporaciones desapareció ante la división
del trabajo en el seno del mismo taller.
Pero los mercados crecían sin cesar; la demanda iba siempre en aumento. Ya no bastaba
tampoco la manufactura. El vapor y la maquinaria revolucionaron entonces la producción
industrial. La gran industria moderna sustituyó a la manufactura; el lugar del estamento
medio industrial vinieron a ocuparlo los industriales millonarios -jefes de verdaderos
ejércitos industriales-, los burgueses modernos.
La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de
América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la
navegación y de los medios de transporte por tierra. Este desarrollo influyó, a su vez,
en el auge de la industria, y a medida que se iban extendiendo la industria, el comercio,
la navegación y los ferrocarriles, desarrollábase la burguesía, multiplicando sus
capitales y relegando a segundo término a todas las clases legadas por la Edad Media.
La burguesía moderna, como vemos, es ya de por sí fruto de un largo proceso de
desarrollo, de una serie de revoluciones en el mundo de producción y de cambio.
Cada etapa de la evolución recorrida por la burguesía ha ido acompañada del
correspondiente progreso político. Estamento bajo la dominación de los señores
feudales; asociación armada y autónoma en la comuna ; en unos sitios, República urbana
independiente; en otros, tercer estado tributario de la monarquía; después, durante el
periodo de la manufactura, contrapeso de la nobleza en las monarqu¡as estamentales,
absolutas y, en general, piedra angular de las grandes monarqu¡as, la burgues¡a,
después del establecimiento de la gran industria y del mercado universal, conquistó
finalmente la hegemonía exclusiva del poder político en el Estado representativo
moderno. El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los
negocios comunes de toda la clase burguesa.
La burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario.
Dondequiera que ha conquistado el pode, la burguesía ha destruido las relaciones
feudales, patriarcales, idílica. Las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre
a sus 'superiores naturales' las ha desgarrado sin piedad para no dejar subsistir otro
vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel pago al contado'. Ha ahogado el
sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del
pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta. ha hecho de la dignidad
personal un simple valor de cambio. Ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y
adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la
explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación
abierta, descarada, directa y brutal.
La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se
ten¡an por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al
sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, los ha convertido en sus servidores
asalariados.
La burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las
relaciones familiares, y las ha reducido a simples relaciones de dinero.
La burguesía ha revelado que la brutal manifestación de fuerza en la Edad Media, tan
admirada por la reacción, tenía su complemento natural en la m s relajada
holgazanería. Ha sido ella la primera en demostrar lo que puede realizar la actividad
humana; ha creado maravillas muy distintas a las pirámides de Egipto, a los acueductos
romanos y a las catedrales góticas, y ha realizado campañas muy distintas a las
migraciones de los pueblos y a las Cruzadas.
La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los
instrumentos de producción, y con ello todas las relaciones sociales. La conservación
del antiguo modo de producción era, por el contrario, la primera condición de existencia
de todas las clases industriales precedentes. Una revolución continua en la producción,
una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento
constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones
estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos,
quedan rotas, las nuevas se hacen añejas antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental
y estancado de esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven
forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones
recíprocas.
Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía
recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes,
crear vínculos en todas partes.
Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter
cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de
los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias
nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente. Son suplantadas por
nuevas industrias, cuya introducción se convierte en cuestión vital para todas las
naciones civilizadas, por industrias que ya no emplean materias primas indígenas, sino
materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo
se consumen en el propio país, sino en todas las partes del globo. En lugar de las
antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que
reclaman para su satisfacción productos de los países más apartados y de los climas
más diversos. En lugar del antiguo aislamiento y la autarquía de las regiones y
naciones, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las
naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material, como a la intelectual. La
producción intelectual de una nación se convierte en patrimonio común de todas. La
estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles; de las
numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal.
Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante
progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la
civilización a todas las naciones, hasta las más bárbaras. Los bajos precios de sus
mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas de China y
hace capitular a los bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros. Obliga a
todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las
constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burgueses. En una
palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza.
La burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciudad. Ha creado urbes inmensas; ha
aumentado enormemente la población de las ciudades en comparación con las del campo,
sustrayendo una gran parte de la población al idiotismo de la vida rural. Del mismo modo
que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o
semibárbaros a los países civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses,
el Oriente al Occidente.
La burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción, de la
propiedad y de la población. Ha aglomerado la población, centralizado los medios de
producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada de
ello ha sido la centralización política. Las provincias independientes, ligadas entre
sí casi únicamente por lazos federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas
aduaneras diferentes, han sido consolidadas en una sola nación, bajo un solo gobierno,
una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola linea aduanera.
La burguesía, a lo largo de su dominio de clase, que cuenta apenas con un siglo de
existencia, ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las
generaciones pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo de
las máquinas, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la
navegaci¢n de vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la asimilación para el
cultivo de continentes enteros, la apertura de los ríos a la navegación, poblaciones
enteras surgiendo por encanto, como si salieran de la tierra. ¿Cuál de los siglos
pasados pudo sospechar siquiera que semejantes fuerzas productivas dormitasen en el seno
del trabajo social?
Hemos visto, pues, que los medios de producción y de cambio, sobre cuya base se ha
formado la burguesía, fueron creados en la sociedad feudal. Al alcanzar un cierto grado
de desarrollo estos medios de producción y de cambio, las condiciones en que la sociedad
feudal producía y cambiaba, la organización feudal de la agricultura y de la industria
manufacturera, en una palabra, las relaciones feudales de propiedad, cesaron de
corresponder a las fuerzas productivas ya desarrolladas. Frenaban la producción en lugar
de impulsarla. Se transformaron en otras tantas trabas. Era preciso romper esas trabas, y
las rompieron.
En su lugar se estableció la libre concurrencia, con una constitución social y política
adecuada a ella y con la dominación económica y política de la clase burguesa.
Ante nuestros ojos se está produciendo un movimiento análogo. Las relaciones burguesas
de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esa sociedad
burguesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes medios de producción
y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que
ha desencadenado con sus conjuros. Desde hace algunas décadas, las historia de la
industria y del comercio no es más que la historia de la rebelión de las fuerzas
productivas modernas contra las actuales relaciones de producción, contra las relaciones
de propiedad que condicionan la existencia de la burguesía y su dominación. Basta
mencionar las crisis comerciales que, con su retorno periódico, plantean, en forma cada
vez más amenazante, la cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante
cada crisis comercial se destruye sistemáticamente, no sólo una parte considerable de
productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas ya creadas. Durante
las crisis, una epidemia social, que en cualquier poca anterior hubiera parecido absurda,
se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se
encuentra súbitamente retrotraída a un estado de súbita barbarie: diríase que el
hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus medios de
subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué?
Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada
industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no favorecen ya el
régimen de la propiedad burguesa; por el contrario, resultan ya demasiado poderosas para
estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez que las
fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan en el desorden a toda la sociedad
burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas
resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence
esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de
fuerzas productivas; de la otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación
más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, pues? Preparando crisis más
extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas.
Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven ahora
contra la propia burguesía.
Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido
también a los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios.
En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital,
desarróllase también el proletariado, la clase de los obreros modernos, que no viven
sino a condición de encontrar trabajo, y lo encuentran únicamente mientras su trabajo
acrecienta el capital. Estos obreros, obligados a venderse al detalle, son una mercancía
como cualquier otro artículo de comercio, sujeta, por tanto, a todas las vicisitudes de
la competencia, a todas las fluctuaciones del mercado.
El creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan al trabajo del
proletariado todo carácter propio y le hacen perder con ello todo atractivo para el
obrero. Este se convierte en un simple apéndice de la máquina, y sólo se le exigen las
operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje. Por tanto, lo
que cuesta hoy día el obrero se reduce poco más o menos a los medios de subsistencia
indispensables para vivir y para perpetuar su linaje. Pero el precio de todo trabajo, como
el de toda mercancía, es igual a los gastos de producción. Por consiguiente, cuanto más
fastidioso resulta el trabajo, más bajan los salarios. Más aún, cuanto más se
desenvuelven la maquinaria y la divisián del trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo
bien mediante la prolongación de la jornada, bien por el aumento del trabajo exigido en
un tiempo dado, la aceleración del movimiento de las máquinas, etc.
La industria moderna ha transformado el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran
fábrica del capitalista industrial. Masas de obreros, hacinados en la fábrica, son
organizados en forma militar. Como soldados rasos de la industria, están colocados bajo
la vigilancia de toda jerarquía de oficiales y suboficiales. No son solamente esclavos de
la clase burguesa, del Estado burgués, sino diariamente, a todas horas, esclavos de la
máquina, del capataz y, sobre todo, del burgués individual, patrón de la fábrica. Y
este despotismo es tanto más mezquino, odioso y exasperante, cuanto mayor es la franqueza
con que proclama que no tiene otro fin que el lucro.
Cuanto menos habilidad y fuerza requiere el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es el
desarrollo de la industria moderna, mayor es la proporción en que el trabajo de los
hombres es suplantado por el de las mujeres y los niños. Por lo que respecta a la clase
obrera, las diferencias de edad y sexo pierden toda significación social. No hay más que
instrumentos de trabajo, cuyo costo varía según la edad y el sexo.
Una vez que el obrero ha sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su salario
en metálico, se convierte en víctima de otros elementos de la burguesía: el casero, el
tendero, el prestamista, etc.
Pequeños industriales, pequeños comerciantes y rentistas, artesanos y campesinos, toda
la escala inferior de las clases medias de otro tiempo, caen en las filas del
proletariado; unos, porque sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer grandes
empresas industriales y sucumben en la competencia con los capitalistas mas fuertes;
otros, porque su habilidad profesional se ve despreciada ante los nuevos métodos de
producción. De tal suerte, el proletariado se recluta entre todas las clases de la
población.
El proletariado pasa por diferentes etapas de desarrollo. Su lucha contra la burguesía
comienza con su surgimiento.
Al principio, la lucha es entablada por obreros aislados, después, por los obreros de una
misma fábrica, más tarde, por los obreros del mismo oficio de la localidad contra el
burgués individual que los explota directamente. No se contentan con dirigir sus ataques
contra las relaciones burguesas de producción, y los dirigen contra los mismos
instrumentos de producción: destruyen las mercancías extranjeras que les hacen
competencia, rompen las máquinas, incendian las fábricas, intentan reconquistar por la
fuerza la posición perdida del artesano de la Edad Media.
En esta etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y disgregada por
la competencia. Si los obreros forman masas compactas, esta acción no es todavía
consecuencia de su propia unión, sino de la unión de la burguesía, que para alcanzar
sus propios fines políticos debe -y por ahora aún puede- poner en movimiento a todo el
proletariado. Durante esta etapa, los proletarios no combaten, por tanto, contra sus
propios enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, es decir, contra los restos de
la monarquía absoluta, los propietarios territoriales, los burgueses no industriales y
los pequeños burgueses. Todo el movimiento histórico se concentra de esta forma, en
manos de la burguesía; cada victoria alcanzada en estas condiciones es una victoria de la
burguesía.
Pero la industria, en su desarrollo, no sólo acrecienta el número de proletarios, sino
que les concentra en masas considerables; su fuerza aumenta y adquieren mayor conciencia
de al misma. Los intereses y las condiciones de existencia de los proletarios se igualan
cada vez más a medida que la máquina va borrando las diferencias en el trabajo y reduce
el salario, casi en todas partes, aun nivel igualmente bajo. Como resultado de la
creciente competencia de los burgueses entre sí y de las crisis comerciales que ella
ocasiona, los salarios son cada vez más fluctuantes; el constante y acelerado
perfeccionamiento de la máquina coloca al obrero en situación cada vez más precaria;
las colisiones entre el obrero individual y el burgués individual adquieren má s y
más el carácter de colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan a formar
coaliciones contra los burgueses y actúan en común para la defensa de sus salarios.
Llegan hasta formar asociaciones permanentes para asegurarse los medios necesarios, en
previsión de estos choques eventuales. Aquí y allá la lucha estalla en sublevación.
A veces los obreros triunfan; pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus
luchas no es el éxito inmediato, sino la unión cada vez más extensa de los obreros.
Esta unión es propiciada por el crecimiento de los medios de comunicación creados por la
gran industria y que ponen en contacto a los obreros de diferentes localidades. Y basta
ese contacto para que las numerosas luchas locales, que en todas partes revisten el mismo
carácter, se centralicen en una lucha nacional, en una lucha de clases. Mas toda lucha de
clases es una lucha política. Y la unión que los habitantes de las ciudades de la Edad
Media, con sus caminos vecinales, tardaron siglos en establecer, los proletarios modernos,
con los ferrocarriles, la llevan a cabo en unos pocos años.
Esta organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político, vuelve
sin cesar a ser socavada por la competencia entre los propios obreros. pero resurge, y
siempre más fuerte, más firme, más potente. Aprovecha las disensiones intestinas de los
burgueses para obligarles a reconocer por la ley algunos interese de la clase obrera; por
ejemplo, la ley de la jornada de diez horas en Inglaterra.
En general, las colisiones en la vieja sociedad favorecen de diversas maneras el proceso
de desarrollo del proletariado. La burguesía vive en lucha permanente; al principio,
contra la aristocracia; después, contra aquellas facciones de la misma burguesía, cuyos
intereses entran en contradicción con los progresos de la industria, y siempre, en fin,
contra la burguesía de todos los demás países. En todas partes estas luchas se ve
forzada a apelar al proletariado, a reclamar su ayuda y a arrástrale así al movimiento
político. De tal manera, la burguesía proporciona a los proletarios los elementos de su
propia educación, es decir, armas contra ella misma.
Además, como acabamos de ver, el progreso de la industria precipita a las filas del
proletariado a capas enteras de la clase dominante, o, al menos, las amenaza en sus
condiciones de existencia. También ellas aportan al proletariado numerosos elementos de
educación.
Finalmente, en los periodos en que la lucha de clases, se acerca a su desenlace, el
proceso de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un
carácter tan violento y tan agudo que una pequeña fracción de esa clase reniega de ella
y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el porvenir. Y
así como antes una parte de la nobleza se pasó a la burguesía, en nuestros días un
sector de la burguesía se pasa al proletariado, particularmente ese sector de los
ideólogos burgueses que se han elevado hasta la comprensión teórica del conjunto del
movimiento histórico.
De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una
clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y desaparecen con
el desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más
peculiar.
Los estamentos medios -el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el
campesino-, todos ellos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia
como tales estamentos medios. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores. Más
todavía, son reaccionarios, ya que pretenden volver atrás la rueda de la Historia. Son
revolucionarios únicamente por cuanto tienen ante sí la perspectiva de su transito
inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses
futuros, por cuanto abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del
proletariado.
El lumpenproletariado, ese producto pasivo de la putrefacción de las capas más bajas de
la vieja sociedad, puede a veces ser arrastrado al movimiento por una revolución
proletaria; sin embargo, en virtud de todas sus condiciones de vida está más
dispuesto a venderse a la reacción para servir a sus maniobras.
Las condiciones de existencia de la vieja sociedad están ya abolidas en las condiciones
de existencia del proletariado. El proletariado no tiene propiedad; sus relaciones con la
mujer y con los hijos no tienen nada en común con las relaciones familiares burguesas; el
trabajo industrial moderno, el moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que
en Francia, en Norteamérica que en Alemania, despoja al proletariado de todo carácter
nacional. Las leyes, la moral, la religión son para él meros prejuicios burgueses,
detrás de los cuales se ocultan otros tantos intereses de la burguesía.
Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes trataron de consolidar la
situación adquirida sometiendo a toda sociedad a las condiciones de su modo de
apropiación. Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas productivas sociales, sino
aboliendo su propio modo de apropiación en vigor y, por tanto, todo modo de apropiación
existente hasta nuestros días. Los proletarios no tienen nada que salvaguardar; tienen
que destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad
privada existente.
Todos los movimientos han sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de
minorías. El movimiento proletario es un movimiento propio de la inmensa mayoría en
provecho de la inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior de la sociedad actual, no
puede levantarse, no puede enderezarse, sin hacer saltar toda la superestructura formada
por las capas de la sociedad oficial.
Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía
es primeramente una lucha nacional. Es natural que el proletariado de cada país deba
acabar en primer lugar con su propia burguesía.
Al esbozar las fases más generales del desarrollo del proletariado, hemos seguido el
curso de la guerra civil más o menos oculta que se desarrolla en el seno de la sociedad
existente, hasta el momento en que se transforma en una revolución abierta, y el
proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía, implanta su dominación.
Todas las sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado en el antagonismo entre
clases opresoras y oprimidas. Mas para poder oprimir a una clase, es preciso asegurarle
unas condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su existencia de esclavitud. El
siervo, en pleno régimen de servidumbre, llegó a miembro de la comuna, lo mismo que el
pequeño burgués llegó a elevarse a la categoría de burgués bajo el yugo del
absolutismo feudal. El obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el progreso
de la industria, desciende siempre más y más por debajo de las condiciones de vida de su
propia clase. El trabajador cae en la miseria, y el pauperismo crece más rápidamente
todavía que la población y la riqueza. Es, pues, evidente que la burguesía ya no es
capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a
ésta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase. No es capaz de
dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia ni siquiera dentro del
marco de la esclavitud, porque se ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener que
mantenerle, en lugar de ser mantenida por él. La sociedad ya no puede vivir bajo su
dominación; lo que equivale a decir que la existencia de la burguesía es, en lo
sucesivo, incompatible con la de la sociedad.
La condición esencial de la existencia y de la dominación de la clase burguesa es la
acumulación de la riqueza en manos de particulares, la formación y el acrecentamiento
del capital. La condición de existencia del capital es el trabajo asalariado. El trabajo
asalariado descansa exclusivamente sobre la competencia de los obreros entre sí. El
progreso de la industria, del que la burguesía, incapaz de oponérsele, es agente
involuntario, sustituye el aislamiento de los obreros, resultante de la competencia, por
su unión revolucionaria mediante la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria
socava bajo los pies de la burguesía las bases sobre las que ésta produce y se apropia
lo producido. La burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros. Su hundimiento y
la victoria del proletariado son igualmente inevitable.
Notas___________________________________________________
1. Por burguesía se comprende a la clase de los capitalistas modernos, que son los
propietarios de los medios de producción social y emplean trabajo asalariado. Por
proletarios se comprende a la clase de los trabajadores asalariados modernos, que,
privados de medios de producción propios, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo
para poder existir. (Nota de F. Engels a la edición inglesa de 1888).
2. Es decir, la historia escrita. En 1847, la historia de la organización social que
precedió a toda la historia escrita, la prehistoria, era casi desconocida.
Posteriormente, Haxthausen ha descubierto en Rusia la propiedad comunal de la tierra;
Maure ha demostrado que ésta fue la base social de la que partieron históricamente todas
las tribus germanas, y se ha ido descubriendo poco a poco que la comunidad rural, con la
posesión colectiva de la tierra, ha sido la forma primitiva de la sociedad, desde la
India hasta Irlanda. La organización interna de esa sociedad comunista primitiva ha sido
puesta en claro, en lo que tiene de típico, con el culminante descubrimiento hecho por
Morgan de la verdadera naturaleza de la gens y de su lugar en la tribu. Con la
desintegración de estas comunidades primitivas comenzó la diferenciación de la sociedad
en clases distintas y, finalmente, antagónicas. He intentado analizar este proceso en la
obra "Der Ursprung des Familie, des Privateigentums und des Staats" ("El
origen de la familia, la propiedad privada y el Estado"), 2¦ ed. Stuttgart, 1886.
(Nota de F. Engels a la edición inglesa de 1888). Vase C. Marx y F. Engels. Obras
escogidas en dos tomos, ed. en castellano, t. II, Mosc£, 1966 (N de la edit).
3. Zunftb ürger, esto es, miembro de un gremio con todos los derechos, maestro del mismo,
y no su dirigente. (Nota de F. Engels a la edición inglesa de 1888).
4. Comunas se llamaban en Francia las ciudades nacientes todavía antes de arrancar a sus
amos y señores feudales la autonomí¡a local y los derechos políticos como 'tercer
estado'. En términos generales, se ha tomado aquí a Inglaterra como país típico del
desarrollo económico de la burguesía, y a Francia como país típico de su desarrollo
político. (Nota de F. Engels a al edición inglesa de 1888).
Así denominaban los habitantes de las ciudades de Italia y Francia a sus comunidades
urbanas, una vez comprado o arrancado a sus señores feudales los primeros derechos de
autonomía (Nota de F. Engels ala edición alemana de 1890).
5. En la edición inglesa de 1888, redactada por Engels, a las palabras 'República urbana
independiente' se ha añadido '(Como en Italia y en Alemania)', y a las palabras 'tercer
estado tributario de la monarquía", las palabras ' (como en Francia)'. (N. de la
Edit.)
6. En la edición inglesa de 1888, después de la palabra 'coaliciones' ha sido añadido
'(sindicatos)'. (N. de la Edit.).
7. En la edición inglesa de 1888, en lugar de 'elementos de su propia educación' de dice
'elementos de su propia educación política y general'. (N. de la Edit.).
El Manifiesto Comunista.
II. Proletarios y comunistas.
¨Cuál es la posición de los comunistas con respecto a los proletarios en general?
Los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros.
No tienen intereses que los separen del conjunto del proletariado.
No proclaman principios especiales (1) a a los que quisieran
amoldar el movimiento proletario.
Los comunistas sólo se distinguen de los demós partidos proletarios en que, por una
parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los
intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y por
otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el
proletariado y la burguesía, representa siempre los intereses del movimiento en su
conjunto.
Prácticamente, los comunistas son, pues, el sector más resuelto de los partidos obreros
de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante (2)
a los demás; teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara
visión de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento
proletario.
El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos
proletarios: constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación
burguesa, conquista del poder político por el proletariado.
Las tesis teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios
inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo.
No son sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases
existente, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos. La
abolición de las relaciones de propiedad existentes desde antes no es una característica
propia del comunismo.
Todas las relaciones de propiedad han sufrido constantes cambios históricos, continuas
transformaciones históricas.
La revolución francesa, por ejemplo, abolió la propiedad feudal en provecho de la
propiedad burguesa.
El rasgo distintivo del comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la
abolición de la propiedad burguesa.
Pero la propiedad privada burguesa moderna es la última y más acabada expresión del
modo de producción y de apropiación de lo producido basado en los antagonismos de clase,
en la explotación de los unos por los otros. (3)
En este sentido los comunistas pueden resumir su teoría en esta fórmula única:
abolición de la propiedad privada.
Se nos ha reprochado a los comunistas el querer abolir la propiedad personalmente
adquirida, fruto del trabajo propio, esa propiedad que forma la base de toda libertad,
actividad e independencia individual.
La propiedad adquirida, fruto del trabajo, del esfuerzo personal! ¿Os referís acaso a
la propiedad del pequeño burgués, del pequeño labrador, esa forma de propiedad que ha
precedido a la propiedad burguesa? No tenemos que abolirla: el progreso de la industria la
ha abolido y está aboliéndola a diario.
¿O tal vez os referís a la propiedad privada burguesa moderna?
¿Es que el trabajo asalariado, el trabajo del proletario, crea propiedad para el
proletario? De ninguna manera. Lo que crea es capital, es decir, la propiedad que explota
al trabajo asalariado y que no puede acrecentarse sino a condición de producir nuevo
trabajo asalariado, para volver a explotarlo. En su forma actual, la propiedad se mueve en
el antagonismo entre el capital y el trabajo asalariado. Examinemos los dos términos de
este antagonismo.
Ser capitalista significa ocupar, no sólo una posición puramente personal en la
producción, sino también una posición social. El capital es un producto colectivo; no
puede ser puesto en movimiento sino por la actividad conjunta de muchos miembros de la
sociedad y, en última instancia sólo por la actividad conjunta de todos los miembros de
la sociedad.
El capital no es, pues, una fuerza personal; es una fuerza social.
En consecuencia, si el capital es transformado en propiedad colectiva, perteneciente a
todos los miembros de la sociedad, no es la propiedad personal la que se transforma en
propiedad social. Sólo cambia el carácter social de la propiedad. Esta pierde su
carácter de clase.
Examinemos el trabajo asalariado.
El precio medio del trabajo asalariado es el mínimo del salario, es decir, la suma de los
medios de subsistencia indispensables al obrero para conservar sus vida como tal obrero.
Por consiguiente, lo que el obrero asalariado se apropia por su actividad es estrictamente
lo que necesita para la mera reproducción de su vida. No queremos de ninguna manera
abolir esta apropiación personal de los productos del trabajo, indispensables para la
mera reproducción de la vida humana, esa apropiación, que no deja ningún beneficio
líquido que pueda dar un poder sobre el trabajo de otro. Lo que queremos suprimir es el
car cter miserable de esa apropiación, que hace que el obrero no viva sino para
acrecentar el capital y tan sólo en la medida en que el interés de la clase dominante
exige que viva.
En la sociedad burguesa, el trabajo vivo no es más que un medio de incrementar el trabajo
acumulado. En la sociedad comunista, el trabajo acumulado no es más que un medio de
ampliar, de enriquecer y hacer más fácil la vida de los trabajadores.
De este modo, en la sociedad burguesa el pasado domina sobre el presente; en la sociedad
comunista es el presente el que domina sobre el pasado. En la sociedad burguesa el capital
es independiente y tiene personalidad, mientras que el individuo que trabaja carece de
independencia y está despersonalizado.
Y la burguesía dice que la abolición de semejante estado de cosas es la abolición de
la personalidad y de la libertad! Y con razón. Pues se trata efectivamente de abolir la
personalidad burguesa, la independencia burguesa y la libertad burguesa.
Por la libertad, en las condiciones actuales de la producción burguesa, se entiende la
libertad de comercio, la libertad de comprar y vender.
Desaparecida la compraventa, desaparecer también la libertad de compraventa. Las
declamaciones sobre la libertad de compraventa, lo mismo que las demás bravatas liberales
de nuestra burguesía, sólo tienen sentido aplicadas a la compraventa encadenada y al
burguís sojuzgado de la Edad Media; pero no ante la abolición comunista de compraventa
de las relaciones de producción burguesas y de la propia burguesía.
Os horrorizáis de que queramos abolir la propiedad privada. Pero, en vuestra sociedad
actual, la propiedad privada está abolida para las nueve décimas partes de sus miembros;
precisamente porque no existe para esas nueve décimas partes. Nos reprochas, pues, el
querer abolir una forma de propiedad que no puede existir sino a condición de que la
inmensa mayoría de la sociedad sea privada de propiedad.
En una palabra, nos acusas de querer abolir vuestra propiedad. Efectivamente, eso es lo
que queremos.
Según vosotros, desde el momento en que el trabajo no puede ser convertido en capital, en
dinero, en renta de la tierra, en una palabra, en poder social susceptible de ser
monopolizado; es decir, desde el instante en que la propiedad personal no puede
transformarse en propiedad burguesa, desde ese instante la personalidad queda suprimida.
Reconoces, pues, que por su personalidad no entendes sino al burgués, al propietario
burgués. Y esta personalidad ciertamente debe ser suprimida.
El comunismo no arrebata a nadie la facultad de apropiarse de los productos sociales; no
quita más que el poder de sojuzgar por medio de esta apropiación el trabajo ajeno.
Se ha objetado que con la abolición de la propiedad privada cesaría toda actividad y
sobrevendría una indolencia general.
Si así fuese, hace ya mucho tiempo que la sociedad burguesa habría sucumbido a manos de
la holgazanería, puesto que en ella los que trabajan no adquieren y los que adquieren no
trabajan. Toda la objeción se reduce a esta tautología: no hay trabajo asalariado donde
no hay capital.
Todas las objeciones dirigidas contra el modo comunista de apropiación y de producción
de bienes materiales se hacen extensivas igualmente respecto a la apropiación y a la
producción de los productos del trabajo intelectual. Lo mismo que para el burgués la
desaparición de la propiedad de clase equivale a la desaparición de toda producción, la
desaparición de la cultura de clase significa para él la desaparición de toda
cultura.xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
La cultura, cuya prdida deplora, no es para la inmensa mayor¡a de los hombres
m s que el adiestramiento que los transforma en m quinas.
Mas no discut is con nosotros mientras apliquis a la abolici¢n de la propiedad
burguesa el criterio de vuestras nociones burguesas de libertad, cultura, derecho, etc.
Vuestras ideas mismas son producto de las relaciones de producci¢n y de propiedad
burguesas, como vuestro derecho no es m s que la voluntad de vuestra clase erigida en
ley; voluntad cuyo contenido est determinado por las condiciones materiales de
existencia de vuestra clase.
La concepci¢n interesada que os ha hecho erigir en leyes eternas de la Naturaleza y la
raz¢n las relaciones sociales dimanadas de vuestro modo de producci¢n y de propiedad
-relaciones hist¢ricas que surgen y desaparecen en el curso de la producci¢n-, la
compart¡s con todas las clases dominantes hoy desaparecidas. Lo que conceb¡s para la
propiedad antigua, lo que conceb¡s para la propiedad feudal, no os atrevis a
admitirlo para la propiedad burguesa.
Querer abolir la familia! Hasta los m s radicales se indignan ante este infame
designio de los comunistas.
¨En qu bases descansa la familia actual, la familia burguesa? En el capital, en el
lucro privado. La familia, plenamente desarrollada, no existe m s que para la
burgues¡a; pero encuentra su complemento en la supresi¢n forzosa de toda familia para el
proletariado y en la prostituci¢n p£blica.
La familia burguesa desaparece naturalmente al dejar de existir ese complemento suyo, y
ambos desaparecen con la desaparici¢n del capital.
¨Nos reproch is el querer abolir la explotaci¢n de los hijos por sus padres?
Confesamos este crimen.
Pero dec¡s que destruimos los v¡nculos m s ¡ntimos, sustituyendo la educaci¢n
domstica por la educaci¢n social.
Y vuestra educaci¢n, ¨no est tambin determinada por la sociedad, por las
condiciones sociales en que educ is a vuestros hijos, por la intervenci¢n directa o
indirecta de la sociedad a travs de la escuela, etc.? Los comunistas no han
inventado esta ingerencia de la sociedad en la educaci¢n, no hacen m s que cambiar
su car cter y arrancar la educaci¢n a la influencia de la clase dominante.
las declamaciones burguesas sobre la familia y la educaci¢n, sobre los dulces lazos que
unen a los padres con sus hijos, resultan m s repugnantes a medida que la gran
industria destruye todo v¡nculo de familia para el proletario y transforma a los ni¤os
en simples art¡culos de comercio, en simples instrumentos de trabajo.
Pero es que vosotros, los comunistas, queris establecer la comunidad de las
mujeres! -nos grita a coro toda la burgues¡a.
Para el burgus, su mujer no es otra cosa que instrumento de producci¢n. Oye decir,
que los instrumentos de producci¢n deben ser de utilizaci¢n com£n, y, naturalmente, no
puede por menos de pensar que las mujeres correr n la misma suerte de la
socializaci¢n.
No sospecha que se trata precisamente de acabar con esa situaci¢n de la mujer como simple
instrumento de producci¢n.
Nada m s grotesco, por otra parte, que el horror ultramoral que inspira a nuestros
burgueses la pretendida comunidad oficial de las mujeres que atribuyen a los comunistas.
Los comunistas no tienen necesidad de introducir la comunidad de las mujeres: casi siempre
ha existido.
Nuestros burgueses, no satisfechos con tener a su disposici¢n las mujeres y las hijas de
sus obreros, sin hablar de la prostituci¢n oficial, encuentran un placer singular en
seducir mutuamente las esposas.
El matrimonio burgus es, en realidad, la comunidad de las esposas. A lo sumo, se
podr¡a acusar a los comunistas de querer sustituir una comunidad de las mujeres
hip¢critamente disimulada, por una comunidad franca y oficial. Es evidente, por otra
parte, que con la abolici¢n de las relaciones de producci¢n actuales desaparecer
la comunidad de las mujeres que de ellas se deriva, es decir, la prostituci¢n oficial y
no oficial.
Se acusa tambin a los comunistas de querer abolir la patria, la nacionalidad.
Los obreros no tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no poseen. Mas, por cuanto
el proletariado debe en primer lugar conquistar el poder pol¡tico, debe elevarse a la
condici¢n de clase nacional4, constituirse en naci¢n, todav¡a es nacional, aunque de
ninguna manera en el sentido burgus.
El aislamiento nacional y los antagonismos entre los pueblos desaparecen de d¡a en d¡a
con el desarrollo de la burgues¡a, la libertad de comercio y el mercado mundial, con la
uniformidad de la producci¢n industrial y las condiciones de existencia que le
corresponden.
El dominio del proletariado los har desaparecer m s deprisa todav¡a. La
acci¢n com£n, al menos de los pa¡ses civilizados, es una de las primeras condiciones de
su emancipaci¢n.
En la misma medida en que sea abolida la explotaci¢n de un individuo por otro, ser
abolida la explotaci¢n de una naci¢n por otra.
Al mismo tiempo que el antagonismo de las clases en el interior de las naciones,
desaparecer la hostilidad de las naciones entre s¡.
En cuando a las acusaciones lanzadas contra el comunismo, partiendo del punto de vista de
la religi¢n, de la filosof¡a y de la ideolog¡a en general, no merecen un examen
detallado.
¨Acaso se necesita una gran perspicacia para comprender que con toda modificaci¢n en las
condiciones de vida, en las relaciones sociales, en la existencia social, cambian
tambin las ideas, las nociones y las concepciones, en una palabra, la conciencia del
hombre?
¨Qu demuestra la historia de las ideas sino que la producci¢n intelectual se
transforma con la producci¢n material? Las ideas dominantes en cualquier poca no
han sido nunca m s que las ideas de la clase dominante.
Cuando se habla de ideas que revolucionan toda una sociedad, es expresa solamente el hecho
de que en el seno de la vieja sociedad se han formado los elementos de una nueva, y la
disoluci¢n de las viejas ideas marcha a la par con la disoluci¢n de las antiguas
condiciones de vida.
En el ocaso del mundo antiguo, las viejas religiones fueron vencidas por la religi¢n
cristiana. Cuando, en el siglo XVIII, las ideas cristianas fueron vencidas por las ideas
de la ilustraci¢n, la sociedad feudal libraba una lucha a muerte contra la burgues¡a,
entonces revolucionaria. Las ideas de libertad religiosa y de libertad de conciencia no
hicieron m s que reflejar el reinado de la libre concurrencia en el dominio del
saber.
"Sin duda -se nos dir -, las ideas religiosas, morales, filos¢ficas,
pol¡ticas, jur¡dicas, etc., se han ido modificando en el curso del desarrollo
hist¢rico. Pero la religi¢n, la moral, la filosof¡a, la pol¡tica, el derecho se han
mantenido siempre a travs de estas transformaciones.
Existen, adem s, verdades eternas, tales como la libertad, la justicia, etc., que son
comunes a todo estado de la sociedad. Pero el comunismo quiere abolir estas verdades
eternas, quiere abolir la religi¢n y la moral, en lugar de darles una forma nueva, y por
eso contradice a todo el desarrollo hist¢rico anterior".
¨A qu se reduce esta acusaci¢n? La historia de todas las sociedades que han
existido hasta hoy se desenvuelve en medio de contradicciones de clase, de contradicciones
que revisten formas diversas en las diferentes pocas.
Pero cualquiera que haya sido la forma de estas contradicciones, la explotaci¢n de una
parte de la sociedad por la otra es un hecho com£n a todos los siglos anteriores. Por
consiguiente, no tiene nada de asombroso que la conciencia social de todos los siglos, a
despecho de toda variedad y de toda diversidad, se haya movido siempre dentro de ciertas
formas comunes, dentro de unas formas -formas de conciencia-, que no desaparecer n
completamente m s que con la desaparici¢n definitiva de los antagonismos de clase.
La revoluci¢n comunista es la ruptura m s radical con las relaciones de propiedad
tradicionales, nada de extra¤o tiene que el curso de su desarrollo rompa de la manera
m s radical con las ideas tradicionales.
Mas, dejemos aqu¡ las objeciones hechas por la burgues¡a al comunismo.
Como ya hemos visto m s arriba, el primer paso de la revoluci¢n obrera es la
elevaci¢n del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia.
El proletariado se valdr de su dominaci¢n pol¡tica para ir arrancando gradualmente
a la burgues¡a todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producci¢n en
manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para
aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas.
Esto, naturalmente, no podr cumplirse al principio m s que por una violaci¢n
desp¢tica del derecho de propiedad y de las relaciones burguesas de producci¢n, es
decir, por la adopci¢n de medidas que desde el punto de vista econ¢mico parecer n
insuficientes e insostenibles, pero que en el curso del movimiento se sobrepasar n a
s¡ mismas5 y ser n indispensables como medio para transformar radicalmente todo el
modo de producci¢n.
Estas medidas, naturalmente, ser n diferente en los diversos pa¡ses.
Sin embargo, en los pa¡ses m s avanzados podr n ser puestos en pr ctica
casi en todas partes las siguientes medidas:
1. Expropiaci¢n de la propiedad territorial y empleo de la renta de la tierra para los
gastos del Estado.
2. Fuerte impuesto progresivo.
3. Abolici¢n de los derechos de herencia.
4. Confiscaci¢n de la propiedad de todos los emigrados y sediciosos.
5. Centralizaci¢n del crdito en manos del Estado por medio de un Banco nacional con
capital del Estado y monopolio exclusivo.
6. Centralizaci¢n en manos del Estado de todos los medios de transporte.
7. Multiplicaci¢n de las empresas fabriles pertenecientes al Estado y de los instrumentos
de producci¢n, roturaci¢n de los terrenos incultos y mejoramiento de las tierras, seg£n
un plan general.
8. Obligaci¢n de trabajar para todos; organizaci¢n de ejrcitos industriales,
particularmente para la agricultura.
9. Combinaci¢n de la agricultura y la industria; medidas encaminadas a hacer desaparecer
gradualmente la diferencia entre la ciudad y el campo6 .
10. Educaci¢n p£blica y gratuita de todos los ni¤os; abolici¢n del trabajo de
stos en las f bricas tal como se practica hoy; rgimen de educaci¢n
combinado con la producci¢n material, etc., etc.
Una vez que en el curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se
haya concentrado toda la producci¢n en manos de los individuos asociados, el poder
p£blico perder su car cter pol¡tico. El poder pol¡tico, hablando
propiamente, es la violencia organizada de una clase para la opresi¢n de otra. Si en la
lucha contra la burgues¡a el proletariado se constituye indefectiblemente en clase; si
mediante la revoluci¢n se convierte en clase dominante y, en cuanto clase dominante,
suprime por la fuerza las viejas relaciones de producci¢n, suprime, al mismo tiempo que
estas relaciones de producci¢n, las condiciones para la existencia del antagonismo de
clase y de las clases en general, y, por tanto, su propia dominaci¢n como clase.
En sustituci¢n de la antigua sociedad burguesa con sus clases y sus antagonismos de
clase, surgir una asociaci¢n en que el libre desenvolvimiento de cada uno ser
la condici¢n del libre desenvolvimiento de todos.
Notas___________________________________________________
1. En la edici¢n inglesa de 1888, en lugar de "especiales" dice
"sectarios". (N. de la Edit.).
2. En la edici¢n inglesa de 1888, en lugar de "que siempre impulsa adelante"
dice "m s avanzado". (N. de la Edit.).
3. En la edici¢n inglesa de 1888, en lugar de "La explotaci¢n de los unos por los
otros" dice "la explotaci¢n de la mayor¡a por la minor¡a". (N. de la
Edit.).
4. En la edici¢n inglesa de 1888, en lugar de "elevarse a la condici¢n de clase
nacional" dice "elevarse a la condici¢n de clase dirigente de la naci¢n".
(N. de la Edit.).
5. En la edici¢n inglesa de 1888, despus de las palabras "sobrepasar n a
s¡ mismas", ha sido a¤adido "se har necesario continuar los ataques al
viejo rgimen social".(N. de la Edit.).
6. En la edici¢n de 1848 se dec¡a: "la oposici¢n entre la ciudad y el campo".
En la edici¢n de 1872 y en las ediciones alemanas posteriores, la palabra
"oposici¢n" fue sustituida por la palabra "diferencias". En la
edici¢n inglesa de 1888, en lugar de las palabras "contribuci¢n a la desaparici¢n
gradual de las diferencias entre la ciudad y el campo" se dec¡a "desaparici¢n
gradual de las diferencias entre la ciudad y el campo mediante una distribuci¢n m s
uniforme de la poblaci¢n por el pa¡s.
El Manifiesto Comunista.
III. Literatura socialista y comunista.
1. EL SOCIALISMO REACCIONARIO.
a) El socialismo feudal.
Por su posici¢n hist¢rica, la aristocracia francesa e inglesa estaba llamada a escribir
libelos contra la moderna sociedad burguesa. En la revoluci¢n francesa de julio de 1880 y
en el movimiento ingls por la reforma parlamentaria, hab¡a sucumbido una vez
m s bajo los golpes del odiado advenedizo. En adelante no pod¡a hablarse siquiera de
una lucha pol¡tica seria. No le quedaba m s que la lucha literaria. Pero,
tambin en el terreno literario, la vieja fraseolog¡a de la poca de la
Restauraci¢n1 hab¡a llegado a ser inaceptable. Para crearse simpat¡as era menester que
la aristocracia aparentase no tener en cuenta sus propios intereses y que formulara su
acta de acusaci¢n contra la burgues¡a s¢lo en inters de la clase obrera
explotada. Di¢se de esta suerte la satisfacci¢n de componer canciones sat¡ricas contra
su nuevo amo y de musitarle al o¡do profec¡as m s o menos siniestras.
As¡ es como naci¢ el socialismo feudal, mezcla de jeremiadas y pasquines, de ecos del
pasado y de amenazas sobre el porvenir. Si alguna vez su cr¡tica amarga, mordaz e
ingeniosa hiri¢ a la burgues¡a en el coraz¢n, su incapacidad absoluta para comprender
la marcha de la historia moderna concluy¢ siempre por cubrirle de rid¡culo.
A guisa de bandera, estos se¤ores enarbolaban el saco de mendigo del proletariado, a fin
de atraer al pueblo. Pero cada vez que el pueblo acud¡a, advert¡a que sus posaderas
estaban ornadas con el viejo blas¢n feudal y se dispersaba en medio de grandes e
irreverentes carcajadas.
Una parte de los legitimistas franceses y la "Joven Inglaterra" han dado al
mundo este espect culo c¢mico.
Cuando los campeones del feudalismo aseveran que su modo de explotaci¢n era distinto del
de la burgues¡a, olvidan una cosa, y es que ellos explotaban en condiciones y
circunstancias por completo diferentes y hoy anticuadas. Cuando advierten que bajo su
dominaci¢n no exist¡a el proletariado moderno, olvidan que la burgues¡a moderna es
precisamente un reto¤o necesario del rgimen social suyo.
Disfrazan tan poco, por otra parte, el car cter reaccionario de su cr¡tica, que la
principal acusaci¢n que presentan contra la burgues¡a es precisamente haber creado bajo
su rgimen una clase que har saltar por los aires todo el antiguo orden social.
Lo que imputan a la burgues¡a no es tanto el haber hecho surgir un proletariado en
general, sino el haber hecho surgir un proletariado revolucionario.
Por eso, en la pr ctica pol¡tica, toman parte en todas las medidas de represi¢n
contra la clase obrera. Y en la vida diaria, a pesar de su fraseolog¡a ampulosa, se las
ingenian para recoger los frutos de oro2 y trocar el honor, el amor y la fidelidad por el
comercio en lanas, remolacha azucarera y aguardiente3.
Del mismo modo que el cura y el se¤or feudal han marchado siempre de la mano, el
socialismo clerical marcha unido con el socialismo feudal.
Nada m s f cil que recubrir con un barniz socialista el ascetismo cristiano.
¨Acaso el cristianismo no se levant¢ tambin contra la propiedad privada, el
matrimonio y el Estado? ¨No predic¢ en su lugar la caridad y la pobreza, el celibato y
la mortificaci¢n de la carne, la vida mon stica y la Iglesia? El socialismo
cristiano no es m s que el agua bendita con que el clrigo consagra el despecho
de la aristocracia.
b) El socialismo peque¤o burgus.
La aristocracia feudal no es la £nica clase derrumbada por la burgues¡a y no es la
£nica clase cuyas condiciones de existencia empeoran y van extinguindose en la
sociedad burguesa moderna. Los habitantes de las ciudades medievales y el estamento de los
peque¤os agricultores de la Edad Media fueron los precursores de la burgues¡a moderna.
En los pa¡ses de una industria y un comercio menos desarrollado, esta clase contin£a
vegetando al lado de la burgues¡a en auge.
En los pa¡ses donde se ha desarrollado la civilizaci¢n moderna, se ha formado -y, como
parte complementaria de la sociedad burguesa, sigue form ndose sin cesar- una nueva
clase de peque¤os burgueses que oscila entre el proletariado y la burgues¡a. Pero los
individuos que la componen se ven continuamente precipitados a las filas del proletariado
a causa de la competencia y, con el desarrollo de la gran industria, ven aproximarse el
momento en que desaparecer n por completo como fracci¢n independiente de la sociedad
moderna y en que ser n reemplazados en el comercio, en la manufactura y en la
agricultura por capataces y empleados.
En pa¡ses como Francia, donde los campesinos constituyen bastante m s de la mitad de
la poblaci¢n, era natural que los escritores que defienden la causa del proletariado
contra la burgues¡a, aplicasen a su cr¡tica del rgimen burgus el rasero del
peque¤o burgus y del peque¤o campesino, y defendiesen la causa obrera desde el
punto de vista de la peque¤a burgues¡a. As¡ se form¢ el socialismo
peque¤oburgus. Sismondi es el m s alto exponente de esta literatura, no s¢lo
en Francia, sino tambin en Inglaterra.
Este socialismo analiz¢ con mucha sagacidad las contradicciones inherentes a las modernas
relaciones de la producci¢n. Puso al desnudo las hip¢critas apolog¡as de los
economistas. Demostr¢ de una manera irrefutable los efectos destructores de la maquinaria
y de la divisi¢n del trabajo, la concentraci¢n de los capitales y de la propiedad
territorial, la superproducci¢n, la crisis, la inevitable ruina de los peque¤os
burgueses y de los campesinos, la miseria del proletariado, la anarqu¡a en la
producci¢n, la escandalosa desigualdad en la distribuci¢n de las riquezas, la
exterminadora guerra industrial de las naciones entre s¡, la disoluci¢n de las viejas
costumbres, de las antiguas relaciones familiares, de las viejas nacionalidades.
Sin embargo, el contenido positivo de ese socialismo consiste, bien en su anhelo de
restablecer los antiguos medios de producci¢n y de cambio, y con ellos las antiguas
relaciones de propiedad y toda la sociedad antigua, bien en querer encajar por la fuerza
los medios modernos de producci¢n y de cambio en el marco de las antiguas relaciones de
propiedad, que ya fueron rotas, que fatalmente deb¡an ser rotas por ellos. En uno y otro
caso, este socialismo es a la vez reaccionario y ut¢pico.
Para la manufactura, el sistema gremial; para la agricultura, el rgimen patriarcal;
he aqu¡ su £ltima palabra.
En su ulterior desarrollo esta tendencia ha ca¡do en un marasmo cobarde4.
c) El socialismo alem n o socialismo "verdadero".
La literatura socialista y comunista de Francia, que naci¢ bajo el yugo de una burgues¡a
dominante, como expresi¢n literaria de una lucha contra dicha dominaci¢n, fue
introducida en Alemania en el momento en que la burgues¡a acababa de comenzar su lucha
contra el absolutismo feudal.
Fil¢sofos, semifil¢sofos e ingenios de sal¢n alemanes se lanzaron vidamente sobre
esta literatura; pero olvidaron que con la importaci¢n de la literatura francesa no
hab¡an sido importadas a Alemania, al mismo tiempo, las condiciones sociales de Francia.
En las condiciones alemanas, la literatura francesa perdi¢ toda significaci¢n
pr ctica inmediata y tom¢ un car cter puramente literario. Deb¡a parecer
m s bien una especulaci¢n ociosa sobre la realizaci¢n de la esencia humana. De este
modo, para loa fil¢sofos alemanes del siglo XVIII, las reivindicaciones de la primera
revoluci¢n francesa no eran m s que reivindicaciones de la "raz¢n
pr ctica" en general, y las manifestaciones de la voluntad de la burgues¡a
revolucionaria de Francia no expresaban a sus ojos m s que las leyes de la voluntad
pura, de la voluntad tal como deb¡a ser, de la voluntad verdaderamente humana. Toda la
labor de los literatos alemanes se redujo exclusivamente a poner de acuerdo las nuevas
ideas francesas con su vieja conciencia filos¢fica, o, m s exactamente, a asimilarse
las ideas francesas partiendo de sus propias opiniones filos¢ficas.
Y se asimilaron como se asimila en general una lengua extranjera: por la traducci¢n.
Se sabe c¢mo los frailes superpusieron sobre los manuscritos de las obras cl sicas
del antiguo paganismo las absurdas descripciones de la vida de los santos cat¢licos. Los
literatos alemanes procedieron inversamente con respecto a la literatura profana francesa.
Deslizaron sus absurdos filos¢ficos bajo el original francs. Por ejemplo: bajo la
cr¡tica francesa de las funciones del dinero, escrib¡an: "enajenaci¢n de la
esencia humana"; bajo la cr¡tica francesa del Estado burgus, dec¡an:
"eliminaci¢n del poder de lo universal abstracto", y as¡ sucesivamente.
A esta interpolaci¢n de su fraseolog¡a filos¢fica en la cr¡tica francesa le dieron el
nombre de "filosof¡a de la acci¢n", "socialismo verdadero",
"ciencia alemana del socialismo", "fundamentaci¢n filos¢fica del
socialismo", etc.
De esta manera fue completamente castrada la literatura socialista-comunista francesa. Y
como en manos de los alemanes dej¢ de ser la expresi¢n de la lucha de una clase contra
otra, los alemanes se imaginaron estar muy por encima de la "estrechez francesa"
y haber defendido, en lugar de las verdaderas necesidades, la necesidad de la verdad, en
lugar de los intereses del proletariado, los intereses de la esencia humana, del hombre en
general, del hombre que no pertenece a ninguna clase ni a ninguna realidad y que no existe
m s que en el cielo brumoso de la fantas¡a filos¢fica.
Este socialismo alem n, que tomaba tan solemnemente en serio sus torpes ejercicios de
escolar y que con tanto estrpito charlatanesco los lanzaba a los cuatro vientos, fue
perdiendo poco a poco su inocencia pedantesca.
La lucha de la burgues¡a alemana, y principalmente de la burgues¡a prusiana, contra los
feudales y la monarqu¡a absoluta, en una palabra, el movimiento liberal, adquir¡a un
car cter m s serio.
De esta suerte, ofreci¢sele al "verdadero" socialismo la ocasi¢n tan deseada
de contraponer al movimiento pol¡tico las reivindicaciones socialistas, de fulminar los
anatemas tradicionales contra el liberalismo, contra el Estado representativo, contra la
concurrencia burguesa, contra la libertad burguesa de prensa, contra el derecho
burgus, contra la libertad y la igualdad burguesas y de predicar a las masas
populares que ellas no ten¡an nada que ganar, y que m s bien perder¡an todo en este
movimiento burgus. El socialismo alem n olvid¢ muy a prop¢sito que la
cr¡tica francesa, de la cual era un simple eco ins¡pido, presupon¡a la sociedad
burguesa moderna, con las correspondientes condiciones materiales de vida y una
constituci¢n pol¡tica adecuada, es decir, precisamente las premisas que todav¡a se
trataba de conquistar en Alemania.
Para los gobiernos absolutos de Alemania, con su squito de clrigos, de
mentores, de hidalgos r£sticos y de bur¢cratas, este socialismo se convirti¢ en un
espantajo propicio contra la burgues¡a que se levantaba amenazadora.
Form¢ el complemento dulzarr¢n de los amargos latigazos y tiros con que esos mismos
gobiernos respond¡an a los alzamientos de los obreros alemanes.
Si el "verdadero" socialismo se convirti¢ de este modo en un arma en manos de
los gobiernos contra la burgues¡a alem n, representaba adem s, directamente, un
inters reaccionario, el inters del peque¤o burgus alem n. La
peque¤a burgues¡a, legada por el siglo XVI, y desde entonces renacida sin cesar bajo
diversas formas, constituye para Alemania la verdadera base social del orden establecido.
Mantenerla es conservar en Alemania el orden establecido. La supremac¡a industrial y
pol¡tica de la burgues¡a le amenaza con una muerte cierta: de una parte, por la
concentraci¢n de los capitales, y de otra, por el desarrollo de un proletariado
revolucionario. A la peque¤a burgues¡a le pareci¢ que el "verdadero"
socialismo pod¡a matar los dos p jaros de un tiro. Y ste se propag¢ como una
epidemia.
Tejido con los hilos de ara¤a de la especulaci¢n, bordado de flores ret¢ricas y ba¤ado
por un roc¡o sentimental, ese ropaje fant stico en que los socialistas alemanes
envolvieron sus tres o cuatro descarnadas "verdades eternas", no hizo sino
aumentar la demanda de su mercanc¡a entre semejante p£blico.
Por su parte, el socialismo alem n comprendi¢ cada vez mejor que estaba llamado a
ser el representante pomposo de esta peque¤a burgues¡a.
Proclam¢ que la naci¢n alemana era la naci¢n modelo y el mes¢crata alem n el
hombre modelo. A todas las infamias de este hombre modelo les dio un sentido oculto, un
sentido superior y socialista, contrario a la realidad. Fue consecuente hasta el fin,
manifest ndose de un modo abierto contra la tendencia "brutalmente
destructiva" del comunismo y declarando su imparcial elevaci¢n por encima de todas
las luchas de clases. Salvo muy raras excepciones, todas las obras llamadas socialistas
que circulan en Alemania pertenecen a esta inmunda y enervante literatura5.
2. EL SOCIALISMO CONSERVADOR O BURGUS.
Una parte de la burgues¡a desea remediar los males sociales con el fin de consolidar la
sociedad burguesa.
A esta categor¡a pertenecen los economistas, los fil ntropos, los humanitarios, los
que pretenden mejorar la suerte de las clases trabajadoras, los organizadores de la
beneficencia, los protectores de animales, los fundadores de las sociedades de templanza,
los reformadores domsticos de toda laya. Y hasta se ha llegado a elaborar este
socialismo burgus en sistemas completos.
Citemos como ejemplo la "Filosof¡a de la Miseria", de Proudhon.
Los burgueses socialistas quieren perpetuar las condiciones de vida de la sociedad moderna
sin las luchas y los peligros que surgen fatalmente de ellas. Quieren la sociedad actual
sin los elementos que la revolucionan y descomponen. Quieren la burgues¡a sin el
proletariado. La burgues¡a, como es natural, se representa el mundo en que ella domina
como el mejor de los mundos. El socialismo burgus hace de esta representaci¢n
consoladora un sistema m s o menos completo. Cuando invita al proletariado a llevar a
la pr ctica su sistema y a entrar en la nueva Jerusaln, no hace otra cosa, en
el fondo, que inducirle a continuar en la sociedad actual, pero despoj ndose de la
concepci¢n odiosa que se ha formado de ella.
Otra forma de este socialismo, menos sistem tica, pero m s pr ctica,
intenta apartar a los obreras de todo movimiento revolucionario, demostr ndoles que
no es tal o cual cambio pol¡tico el que podr beneficiarles, sino solamente una
transformaci¢n de las condiciones materiales de vida, de las relaciones econ¢micas.
Pero, por transformaci¢n de las condiciones materiales de vida, este socialismo no
entiende, en modo alguno, la abolici¢n de las relaciones de producci¢n burguesas -lo que
no es posible m s que por v¡a revolucionaria-, sino £nicamente reformas
administrativas realizadas sobre la base de las mismas relaciones de producci¢n
burguesas, y que, por tanto, no afectan a las relaciones entre el capital y el trabajo
asalariado, sirviendo £nicamente, en el mejor de los casos, para reducirle a la
burgues¡a los gastos que requiere su dominio y para simplificarle la administraci¢n de
su Estado.
El socialismo burgus no alcanza su expresi¢n adecuada sino cuando se convierte en
simple figura ret¢rica.
Libre cambio, en inters de la clase obrera! Aranceles protectores, en
inters de la clase obrera! Prisiones celulares, en inters de la clase
obrera! He aqu¡ la £ltima palabra del socialismo burgus, la £nica, que ha dicho
seriamente.
El socialismo burgus se resume precisamente en esta afirmaci¢n: los burgueses son
burgueses en inters de la clase obrera.
3. EL SOCIALISMO Y EL COMUNISMO CRÖTICO-UTàPICOS.
No se trata aqu¡ de la literatura que en todas las grandes revoluciones modernas ha
formulado las reivindicaciones del proletariado (los escritos de Babeuf, etc.).
Las primeras tentativas directas del proletariado para hacer prevalecer sus propios
intereses de clase, realizadas en tiempos de efervescencia general, en el per¡odo del
derrumbamiento de la sociedad feudal, fracasaron necesariamente, tanto por el dbil
desarrollo del mismo proletariado como por la ausencia de las condiciones materiales de su
emancipaci¢n, condiciones que surgen s¢lo como producto de la poca burguesa. La
literatura revolucionaria que acompa¤a a estos primeros movimientos del proletariado, es
forzosamente, por su contenido, reaccionaria. Preconiza un ascetismo general y burdo
igualitarismo.
Los sistemas socialistas y comunistas propiamente dichos, los sistemas de Saint-Sim¢n, de
Fourier, de Owen, etc., hacen su aparici¢n en el per¡odo inicial y rudimentario de la
lucha entre el proletariado y la burgues¡a, per¡odo descrito anteriormente. Vase
"Burgueses y proletarios").
Los inventores de estos sistemas, por cierto, se dan cuenta del antagonismo de las clases,
as¡ como de la acci¢n de los elementos destructores dentro de la misma sociedad
dominante. Pero no advierten del lado del proletariado ninguna iniciativa hist¢rica,
ning£n movimiento pol¡tico propio.
Como el desarrollo del antagonismo de clases va a la para con el desarrollo de la
industria, ellos tampoco pueden encontrar las condiciones materiales de la emancipaci¢n
del proletariado, y se lanzan en busca de una ciencia social, de unas leyes sociales que
permitan crear esas condiciones.
En lugar de la acci¢n social tienen que poner la acci¢n de su propio ingenio; en lugar
de las condiciones hist¢ricas de la emancipaci¢n, condiciones fant sticas; en lugar
de la organizaci¢n gradual del proletariado en clase, una organizaci¢n de la sociedad
inventada por ellos. La futura historia del mundo se reduce para ellos a la propaganda y
ejecuci¢n pr ctica de sus planes sociales.
En la confecci¢n de sus planes tienen conciencia, por cierto, de defender ante todo los
intereses de la clase obrera, por ser la clase que m s sufre. El proletariado no
existe para ellos sino bajo el aspecto de la clase que m s padece.
Pero la forma rudimentaria de la lucha de clases, as¡ como su propia posici¢n social,
les lleva a considerarse muy por encima de todo antagonismo de clase. Desean mejorar las
condiciones de vida de todos los miembros de la sociedad, incluso de los m s
privilegiados. Por eso, no cesan de apelar a toda la sociedad sin distinci¢n, e incluso
se dirigen con preferencia a la clase dominante. Porque basta con comprender su sistema,
para reconocer que es el mejor de todos los planes posibles de la mejor de todas las
sociedades posibles.
Repudian, por eso, toda acci¢n pol¡tica, y en particular, toda acci¢n revolucionaria,
se proponen alcanzar su objetivo por medios pac¡ficos, intentando abrir camino al nuevo
evangelio social valindose de la fuerza del ejemplo, por medio de peque¤os
experimentos, que, naturalmente, fracasan siempre.
Estas fant sticas descripciones de la sociedad futura, que surgen en una poca
en que el proletariado, todav¡a muy poco desarrollado, considera a£n su propia
situaci¢n de una manera tambin fant stica, provienen de las primeras
aspiraciones de los obreros, llenas de profundo presentimiento, hacia una completa
transformaci¢n de la sociedad.
Mas estas obras socialistas y comunistas encierran tambin elementos cr¡ticos.
Atacan todas las bases de la sociedad existente. Y de este modo han proporcionado
materiales de un gran valor para instruir a los obreros. Sus tesis positivas referentes a
la sociedad futura, tales como la supresi¢n del contraste entre la ciudad y el campo6, la
abolici¢n de la familia, de la ganancia privada y del trabajo asalariado, la
proclamaci¢n de la armon¡a social y la transformaci¢n del Estado en una simple
administraci¢n de la producci¢n; todas estas tesis no hacen sino enunciar la
eliminaci¢n del antagonismo de las clases, antagonismo que comienza solamente a
perfilarse y del que los inventores de sistemas no conocen sino las primeras formas
indistintas y confusas. As¡ estas tesis tampoco tienen m s que un sentido puramente
ut¢pico.
La importancia del socialismo y del comunismo cr¡tico-ut¢picos est en raz¢n
inversa al desarrollo hist¢rico. A medida que la lucha de clases se acent£a y toma
formas m s definidas, el fant stico af n de ponerse por encima de ella, esa
fant stica oposici¢n que se le hace, pierde todo valor pr ctico, toda
justificaci¢n te¢rica. He ah¡ por qu si en muchos aspectos los autores de esos
sistemas eran revolucionarios, las sectas formadas por sus disc¡pulos son siempre
reaccionarias, pues se aferran a las viejas concepciones de sus maestros, a pesar del
ulterior desarrollo hist¢rico del proletariado. Buscan, pues, y en eso son consecuentes,
embotar la lucha de clases y conciliar los antagonismos. Contin£an so¤ando con la
experimentaci¢n de sus utop¡as sociales; con establecer falansterios aislados, crear
Home-colonies en sus pa¡ses o fundar una peque¤a Icaria7, edici¢n en dozavo de la nueva
Jerusaln. Y para la construcci¢n de todos estos castillos en el aire se ven
forzados a apelar a la filantrop¡a de los corazones y de los bolsillos burgueses. Poco a
poco van cayendo en la categor¡a de los socialistas reaccionarios o conservadores
descritos m s arriba y s¢lo se distinguen de ellos por una pedanter¡a m s
sistem tica y una fe supersticiosa y fan tica en la eficacia milagrosa de su
ciencia social.
Por eso se oponen con encarnizamiento a todo movimiento pol¡tico de la clase obrera, pues
no ven en l sino el resultado de una ciega falta de fe en el nuevo evangelio.
Los owenistas, en Inglaterra, reaccionan contra los cartistas, y los fourieristas, en
Francia, contra los reformistas.
Notas___________________________________________________
1. No se trata aqu¡ de la Restauraci¢n inglesa de 1660-1689, sino de la francesa de
1814-1830. (Nota de F. Engels a la edici¢n inglesa de 1888).
2. En la edici¢n inglesa de 1888, despus de "los frutos de oro" se ha
a¤adido "del rbol de la industria". (N. de la Edit.)
3. Esto se refiere en primer trmino a Alemania, donde los terratenientes
arist¢cratas y los "junkers" cultivan por cuenta propia gran parte de sus
tierras con ayuda de administradores y poseen, adem s, grandes f bricas de
az£car de remolacha y destiler¡as de alcohol. Los m s acaudalados arist¢cratas
brit nicos todav¡a no han llegado a tanto; pero tambin ellos saben c¢mo
pueden compensar la disminuci¢n de la renta, cediendo sus nombres a los fundadores de
toda clase de sociedades an¢nimas de reputaci¢n m s o menos dudosa. (Nota de F.
Engels a la edici¢n inglesa de 1888).
4. En la edici¢n inglesa de 1888, este £ltimo p rrafo dice as¡: "Finalmente,
cuando hechos hist¢ricos irrefutables desvanecieron todos los efectos embriagadores de
las falsas ilusiones, esta forma de socialismo acab¢ en un miserable abatimiento. (N. de
la Edit.)
5. La tormenta revolucionaria de 1848 barri¢ esta miserable escuela y ha quitado a sus
partidarios todo deseo de seguir especulando con el socialismo. El principal representante
y el tipo cl sico de esta escuela es el se¤or Karl Grn. (Nota de F. Engels
a la edici¢n alemana de 1890).
6. En la edici¢n inglesa de 1888, esta frase ha sido redactada de la manera siguiente:
"Las medidas pr cticas propuestas por ellos, tales como la desaparici¢n del
contraste entre la ciudad y el campo". (N. de la Edit.)
7. Falansterios se llamaban las colonias socialistas proyectadas por Carlos Fourier,
Icaria era el nombre dado por Cabet a su pa¡s ut¢pico y m s tarde a su colonia
comunista en Amrica. (Nota de F. Engels a la edici¢n inglesa de 1888).
Owen llam¢ a sus sociedades comunistas modelo "home-colonies" (colonias
interiores). El falansterio era el nombre de los palacios sociales proyectados por
Fourier. Llam base Icaria el pa¡s fant stico-ut¢pico, cuyas instituciones
comunistas describ¡a CAbet. (Nota de F. Engels a la edici¢n alemana de 1890).
El Manifiesto Comunista.
IV Actitud de los comunistas respecto a los diferentes partidos de oposici¢n.
Despus de lo dicho en el cap¡tulo II, la actitud de los comunistas respecto de los
partidos obreros ya constituidos se explica por s¡ misma, y por tanto su actitud respecto
de los cartistas de Inglaterra y los partidarios de la reforma agraria en Amrica del
Norte.
Los comunistas luchan por alcanzar los objetivos e intereses inmediatos de la clase
obrera; pero, al mismo tiempo, defiende tambin, dentro del movimiento actual, el
porvenir de ese movimiento. En Francia, los comunistas se suman al Partido Socialista
Democr tico1 contra la burgues¡a conservadora y radical, sin renunciar, sin embargo,
al derecho de criticar las ilusiones y los t¢picos legados por la tradici¢n
revolucionaria.
En Suiza apoyan a los radicales, sin desconocer que este partido se compone de elementos
contradictorios, en parte de socialistas democr ticos, al estilo francs, y en
parte de burgueses radicales.
Entre los polacos, los comunistas apoyan al partido que ve en una revoluci¢n agraria la
condici¢n de la liberaci¢n nacional; es decir, al partido que provoc¢ en 1846 la
insurrecci¢n de Cracovia.
En Alemania, el Partido Comunista lucha al lado de la burgues¡a, en tanto que sta
act£a revolucionariamente contra la monarqu¡a absoluta, la propiedad territorial feudal
y la peque¤a burgues¡a reaccionaria.
Pero jam s, en ning£n momento, se olvida este partido de inculcar a los obreros la
m s clara conciencia del antagonismo hostil que existe entre la burgues¡a y el
proletariado, a fin de que los obreros alemanes sepan convertir de inmediato las
condiciones sociales y pol¡ticas que forzosamente ha de traer consigo la dominaci¢n
burguesa en otras tantas armas contra la burgues¡a, a fin de que, tan pronto sean
derrocadas las clases reaccionarias en Alemania, comience inmediatamente la lucha contra
la misma burgues¡a.
Los comunistas fijan su principal atenci¢n en Alemania, porque Alemania se halla en
v¡speras de una revoluci¢n burguesa y porque llevar a cabo esta revoluci¢n bajo
condiciones m s progresivas de la civilizaci¢n europea en general, y con un
proletariado mucho m s desarrollado que el de Inglaterra en el siglo XVII y el de
Francia en el siglo XVIII, y, por lo tanto, la revoluci¢n burguesa alemana no podr
ser sino el preludio inmediato de una revoluci¢n proletaria.
En resumen, los comunistas apoyan por doquier todo movimiento revolucionario contra el
rgimen social y pol¡tico existente.
En todos estos movimientos ponen en primer trmino, como cuesti¢n fundamental del
movimiento, la cuesti¢n de la propiedad, cualquiera que sea la forma m s o menos
desarrollada que sta revista.
En fin, los comunistas trabajan en todas partes por la uni¢n y el acuerdo entre los
partidos democr ticos de todos los pa¡ses.
Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y prop¢sitos. Proclaman abiertamente
que sus objetivos s¢lo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden
social existente. Las clases dominantes pueden temblar ante una Revoluci¢n Comunista. Los
proletarios no tienen nada que perder en ella m s que sus cadenas. Tienen, en cambio,
un mundo que ganar.
PROLETARIOS DE TODOS LOS PAÖSES, UNIOS!
Escrito por Carlos Marx y Federico Engels en diciembre de 1847, enero de 1848. Publicado
por vez primera en folleto aparte en alem n en Londres, en febrero de 1848.
Se publica en formato hipertexto transcribiendo la edici¢n que la Juventud Comunista
(UJCE) realiz¢ en 1983, con motivo del Centenario del nacimiento de Carlos Marx, basada a
su vez en la edici¢n alemana de 1890, cotejadas con las ediciones de 1848, 1872 y 1883.
Edici¢n a cargo de Jos Luis Dotor Castilla.
Notas___________________________________________________
1. En aquel entonces, este partido estaba representado en el parlamento por Ledru-Rollin,
en la literatura por Luis Blanc y en la prensa diaria por "La Reforme". El
nombre de Socialista Democr tico significaba, en boca de sus inventores, la parte del
Partido Democr tico o Republicano que ten¡a un matiz m s o menos socialista
(Nota de F. Engels a la edici¢n inglesa de 1888).
Lo que se llamaba entonces en Francia el Partido Socialista Democr tico estaba
representado en política por Ledru-Rollin y en literatura por Luis Blanc; hall base,
pues, a cien mil leguas de la socialdemocrácia alemana de nuestro tiempo. (Nota de F.
Engels a la edici¢n alemana de 1890).